Muy al inicio de su libro “kafka en la orilla”, Haruki
Murakami describe una tempestad. Se trata de una tormenta de arena, que “cambia
de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la
tormenta también cambia de dirección siguiéndote a ti. Y esto ocurre una y otra
vez”. Termina el autor señalando que dicha tormenta no es en realidad algo que
venga de lejos, sino que guarda relación con quien la experimenta. “La tormenta
eres tú”, sentencia.
Esta metáfora podría aplicarse a muchas situaciones vitales
que probablemente tienen en común la confusión, la desorientación y la
sensación pegajosa de no poder librarse de cierto fracaso o insatisfacción.
De igual manera, es posible vivir la tempestad en el entorno
de trabajo, traducida en personas y equipos atareados, seguramente comprometidos
y posiblemente estresados que no terminan de afinar sus acciones o de ver claro
su horizonte. Equipos incluso entusiasmados que no cuentan con la brújula
necesaria para canalizar su energía.
Definir la misión ayuda a los equipos y organizaciones a
identificar su propósito, acotando la contribución que desean realizar y el
sector o área en el que se enmarcará ésta. Preguntas como ¿A qué nos dedicamos?
¿Qué problema resolvemos? ¿En qué ayudamos? ¿Qué necesidad satisfacemos? En definitiva:
¿Para qué estamos aquí? Más específicamente puede señalarse la misión definiendo
quiénes son los clientes a los que se da servicio, cómo son, dónde se ubican. Y
por último, conociendo el mercado en el que se opera, cuáles son las ventajas
competitivas que se ofrecen en relación a otras organizaciones que se orienten
al mismo target.
La misión asienta la base fundamental de la brújula de la
compañía, es la “primera piedra” en la construcción de su ADN. Pero, partiendo
de este punto ¿A dónde queremos llegar? ¿Qué queremos conseguir en el futuro? ¿Hacia
dónde queremos evolucionar? Estas preguntas definen la visión, entendida como
una proyección motivadora e inspiradora que guíe los siguientes pasos en el
desarrollo de la empresa. Establecer la visión permite esbozar un plan de futuro
que habrá de traducirse en metas específicas, alcanzables y realistas en cada
etapa. De este modo, la brújula es capaz de señalar “el norte” y ser una guía ante la incertidumbre de futuro.
El tercer elemento de la brújula son los valores. Los
valores expresan “la personalidad de la empresa”, su particular forma de ser y
de actuar a la hora de articular su misión y su visión. Son las cualidades e
ideales que comparten todos los miembros de la organización y que la definen en
su conjunto. Así, los valores aluden a cómo se lograrán los objetivos y definen
pautas y principios de conducta. Preguntas como ¿Cómo somos? ¿Qué cualidades
nos definen? ¿En qué creemos? Ayudarán a identificar y priorizar los valores
corporativos.
En cualquier largo viaje es necesario contar con un
instrumento de orientación, máxime si el viaje se realiza en equipo. La brújula
es el lugar común que permite “encontrarse” a los perfiles más diversos que
componen el ecosistema organizacional y les ayuda a superar juntos las
tempestades.
Y tú, ¿Tienes tu brújula profesional?
¿Hacia dónde te orienta?
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