Sin
embargo, como hemos observado anteriormente, existen eventos normativos e
idiosincrásicos que habitualmente resolvemos atravesando estados que se sitúan
lejos de la felicidad. La tristeza durante un proceso de duelo o la ansiedad
ante la pérdida de empleo son estados de escaso bienestar que quizá sean
necesarios para llegar a momentos de felicidad plena y real. En nuestro intento
de vivir el valor social de felicidad, puede que nos resulte más fácil o
coherente contactar con emociones positivas de alegría o logro. No obstante,
huir compulsivamente de las de melancolía, dolor o angustia es negar la
variedad intrínseca de la vida.
Y
es que ser conscientes de dichos sentimientos y experimentarlos no implica necesariamente
que no estamos “bien” o que no somos “felices”. Simplemente puede indicar que
somos capaces de asumir que la vida se compone de gran variedad de etapas,
situaciones y vivencias que implican emociones igualmente diversas. El ser
humano cuenta con un amplio repertorio emocional que carece de sentido si
patologizamos sentimientos naturales por resultarnos incómodos o socialmente poco deseables.
Por ello, valores menos alabados
actualmente como la aceptación, la profundidad o la apertura a la experiencia
pueden ser claves a la hora de afrontar con mayor plenitud y equilibrio el
cambio constante que supone la vida.
Si quieres leer más... pregunta por el artículo completo: "Ansiedad y depresión hoy, ¿patología o normalidad?" (2011)
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