Autoras: Ana Azkargorta y Maite Ordoñez María
“El ser humano se enfrenta a eventos normativos que atienden a grandes cambios ineludibles y propios de las distintas etapas vitales. Autores como E. Erikson o R. Guardini, describen una serie de crisis evolutivas que representan hitos en nuestro desarrollo biopsicosocial. Así, diferencian importantes fases vitales como la infancia, la adolescencia, la edad adulta, la madurez y la vejez, comunes a todo ser humano. En cada una de ellas la persona experimenta capacidades y necesidades distintas, haciendo frente asimismo a tareas y responsabilidades diferentes a las de la fase anterior. Frecuentemente, la transición de una etapa a otra conlleva el afrontamiento de una crisis, entendida como una necesidad de reajuste ante la pérdida de equilibrio que estos cambios suponen. El individuo ha de reinventarse y asumir nuevos retos. Estas crisis pueden ir acompañadas de emociones de miedo y tristeza, ya que suponen la culminación de un período y el comienzo de otro que nos es desconocido. Así, incluso eventos socialmente etiquetados como positivos, como puede ser un embarazo, obtener una promoción profesional o casarse, conllevan cambios significativos y pueden ser vividos de manera ansiógena.
De todo ello deducimos que, tanto las crisis como los cambios, son oportunidades de desarrollo que no están exentas de dificultad e incertidumbre. Por ello, no es de extrañar que conlleven cierto malestar. Sin embargo, a la vista de la prevalencia actual de síntomas ansioso-depresivos, cabría pensar que la gestión del cambio es un aspecto susceptible de mejora.”
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